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En el último mes se han incorporado a mi consulta personas que conviven con una enfermedad crónica. Inicialmente buscan paliar el malestar emocional, luego pueden experimentar que no resistirse no es igual a resignarse, y que tomar control es posible.

Las enfermedades crónicas son enfermedades de larga duración y por lo general de progresión lenta. En España afectan a cerca de 27 millones de personas, y no solamente a adultos. De esos 27 millones, hay 1,5 millones de personas en edad infantil que las padecen.

La cronicidad es un gran estresante de los sistemas de salud. En España ocupa el 80% de las consultas en Atención Primaria y es habitual que haya hospitalizaciones evitables. Consume el 75% de los recursos de nuestro sistema sanitario, que, como casi todos, se encuentra orientado principalmente a los cuadros agudos.

Alrededor de la mitad de los pacientes en los que el diagnóstico primario es una enfermedad mental crónica, cursan con enfermedad somática. A la inversa, algo más de un tercio de las enfermedades somáticas crónicas, añaden también el diagnóstico de enfermedad mental.

La persona debe convivir con la enfermedad crónica toda su vida. Y ésta suele ir acompañada de dolor y/o fatiga. La adherencia al tratamiento es baja a menudo, lo cual incrementa las consultas médicas, hospitalizaciones, discapacidad. 

La cronicidad afecta sensiblemente a las dimensiones físicas, psicológicas y sociales de la persona, generándole sensaciones de aislamiento social, ansiedad, depresión, fatiga, trastornos del sueño, adicciones, problemas laborales, sociales y familiares.

Las personas que conviven con la cronicidad experimentan una percepción de pérdida de capacidad funcional y de calidad de vida.

Por capacidad funcional entendemos ese sentido de autoeficacia, la confianza de la persona en sus capacidades para gestionar la enfermedad que le acompaña (síntomas físicos, emocionales e interferencia con sus actividades diarias).

La calidad de vida percibida relacionada con la salud, se relaciona positivamente con factores como el apoyo, aceptación, afrontamiento activo (lo contrario a evitación), autocuidado, autocompasión (“auto” bondad, cariño y comprensión -no lástima-) y otros que correlacionan negativamente con la ansiedad, depresión, trastornos del sueño y catastrofización.

Aunque pudiera a priori considerarse otra cosa, los estudios revelan que no siempre existe una relación lineal entre los síntomas que la enfermedad produce en la persona que la padece y su percepción de autoeficacia y calidad de vida relacionada con su salud. Los parámetros emocionales, conductuales, cognitivos y del entorno, median en esa relación, y son en los que la intervención psicológica encuentra su campo de actuación. ¿No es magnífico que podamos mejorar nuestro sentido de autoeficacia y nuestra calidad de vida, independientemente de los síntomas de la enfermedad trabajando en estos aspectos?

La propuesta que se revela como más completa, eficiente y eficaz para tratar la cronicidad, sería la de un abordaje pluridisciplinar (médico y psicológico) cuando sea posible, priorizando las intervenciones que tengan un mayor impacto en la calidad de vida y autoeficacia, y que promuevan el autocuidado de las personas.

Así que la respuesta a la pregunta inicial es “Sí”. Sí puedes hacer algo para mejorar tu calidad de vida (y la de tu entorno).

Autora: Rosana Artiaga

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