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La soledad no deseada es una percepción subjetiva de falta de relaciones sociales, de aislamiento, de escaso contacto con los demás y falta de pertenencia. Puede tener un fuerte impacto en la salud mental y física del individuo y afecta, fundamentalmente, a personas mayores pero, también, a adolescentes.

En un mundo que tiende a una forma de vida que potencia las grandes ciudades, las megaurbes, se da la extraordinaria paradoja de que aún estando rodeado de miles de personas, nos podemos encontrar solos, cruzándonos con completos desconocidos. La vida rural, siempre y cuando la salud permita salir de casa, favorece un mayor contacto con vecinos y familiares y es, muchas veces, más humana en el contacto social.

Una ruptura o pérdida de una amistad o un familiar, un cambio a otra ciudad ya sea por estudios o trabajo, nos enfrenta a otros ambientes donde puede faltar el apoyo social necesario. La ancianidad y falta de movilidad, la muerte de la pareja, que es el apoyo y soporte diario, o de familiares y amigos potencia el sentimiento de soledad, percibiendo la persona su arraigo social debilitado.

 

Según SoledadES (2023), se estima que la soledad no deseada afecta en España al 13,4% de la población, con mayor impacto en mujeres (14,8%) que en hombres (12,1%). Las personas en soledad no deseada llevan aproximadamente seis años en esta situación. El 22,9% se sienten solas durante todo el día.

 

La soledad no deseada es un sentimiento, no algo objetivable como el aislamiento social. Dicho sentimiento se asocia con diferentes problemas físicos y psicológicos, y en general la calidad de vida de las personas. Entre los riesgos en la salud física tenemos una mayor incidencia de enfermedades cardiovasculares, descenso del sistema inmune e incremento de la mortalidad prematura. En la salud psíquica, se observa depresión, ansiedad, deterioro cognitivo y, en los casos más graves, ideación suicida. Pero es más, el autocuidado puede llegar a desaparecer por imponerse malos hábitos como una vida sedentaria, una mala alimentación, falta de higiene del sueño y tabaquismo o mayor abuso del alcohol. En los mayores, crece el riesgo de caídas, hay más reingresos hospitalarios y mayor dependencia.

 

Estamos, pues, ante una gran epidemia conductual, ante una futura pandemia de la sociedad contemporánea. Es un fenómeno creciente que nos puede llegar a afectar a todos en algún momento de nuestra vida. Las redes sociales y el uso y abuso de la tecnología pueden hacernos, falsamente, sentir una pertenencia al grupo y una conexión pero lo que en realidad producen, en no pocas ocasiones, es un mayor aislamiento del individuo. Es muy importante que las políticas ayuden a paliar este fenómeno de la soledad no deseada, favoreciendo oportunidades de encuentro que incluyan una red de colaboradores, procurar una mayor concienciación social y potenciar el esfuerzo personal para poder combatir este sentimiento. Si no se consigue revertir la sensación de soledad y la persona no supera esta situación, es recomendable el apoyo terapéutico que, por otro lado, puede ayudar a descartar otras patologías.

 

Ángeles Contreras Anguita

Alumna de la UNIR, que ha hecho sus prácticas con nosotros y nos despierta la conciencia con este excelente artículo

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